Julio Cortázar

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Estoy tardando en escribir sobre mi escritor favorito, Julio Cortázar, y su literatura-jazz.

Lo llamo literatura-jazz porque tenía ese don que sólo puede venir del espíritu de ponerse a escribir sin premeditación y dejar salir un caudal lujurioso de la mejor literatura, ésa en la que ni sobre ni falta nada, donde las palabras caen en el lugar adecuado sin esfuerzo, llevándose por delante la ortografía, la gramática, la sintaxis y hasta la realidad, como si de una improvisación de bebop se tratara.

«Si seguimos utilizando el lenguaje en su clave corriente, con sus finalidades corrientes, nos moriremos sin haber sabido el verdadero nombre del día».

Por no hablar del sentido del humor sutil como el rastro de un perfume que lo impregna todo, esa ternura que desprende hacia la humanidad con todas sus debilidades. Y sobre todo, esa actitud anti-pedante, anti-solemne ante la vida, ante sí mismo y ante el hecho de escribir, ese reirse amablemente en la cara de los que se toman en serio a sí mismos y a sus obras.
«Qué suerte excepcional la de ser un sudamericano y especialmente un argentino que no se cree obligado a escribir en serio, a ser serio, a sentarse ante la máquina con los zapatos lustrados y una sepulcral noción de la gravedad-del-instante. Estre las frases que más amé premonitoriamente en la infancia figura la de un condiscípulo: «¡Qué risa, todos lloraban!». Nada más cómico que la seriedad entendida como valor previo a toda literatura importante (otra noción infinitamente cómica cuando es presupuesta), esa seriedad del que escribe como quien va a un velorio por obligación o le da una friega a un cura.»
 
En toda su obra, desde sus primeros cuentos hasta sus elaboradas novelas finales, Cortázar trata de producir en el lector una sensación de extrañamiento. Intenta sacar a la realidad de sus casillas, rescatar al lector de la Gran Costumbre y hacerlo enfrentar lo que está del otro lado. Por el momento no he encontrado a nadie con una facilidad tan pasmosa para expresar esas cosas que se pueden percibir pero no explicar o analizar.
“Casi todos los cuentos que he escrito pertenecen a género llamado fantástico por falta de mejor nombre y se oponen a ese falso realismo que consiste en creer que todas las cosas pueden describirse y explicarse como lo daba por sentado el optimismo filosófico y científico del siglo XVIII, es decir, dentro de un mundo regido más o menos armoniosamente por un sistema de leyes, de principios, de relaciones de causa a efecto, de psicologías definidas, de geografías bien cartografiadas. En mi caso, la sospecha de otro orden más secreto y menos comunicable y el fecundo descubrimiento de Alfred Jarry, para quien el verdadero estudio de la realidad no residía en las leyes sino en las excepciones de esas leyes, han sido algunos de los principios orientadores de mi búsqueda personal de una literatura al margen de todo realismo demasiado ingenuo”
» Desde muy pequeño, hay ese sentimiento de que la realidad para mí era no solamente lo que me enseñaban la maestra y mi madre y lo que yo podía verificar tocando y oliendo, sino además continuas interferencias de elementos que no correspondían, en mi sentimiento, a ese tipo de cosas.»
 

Para leer a Cortázar, al menos para llegar a disfrutarlo plenamente, es necesario estar dispuesto a poner algo de tu parte como lector. Esto es aplicable especialmente a sus obras más tardías y sorprendentes, «Rayuela» y «62, Modelo para armar», que es donde Cortázar realmente rompe con todo y despliega plenamente su potencial. Él escribía para lo que él llamaba un lector-cómplice, en oposición al lector pasivo. Se trata de un lector que participa activamente en la lectura construyendo la historia según su propia percepcion, un lector que no quiere soluciones fáciles y mascadas. Se rompe de esta forma el dualismo escritor-lector, al no ser el escritor un mero expositor de hechos o situaciones, y el lector un mero receptor. Cortázar es además un maestro de la sugerencia, de ir dejando pequeños resortes esparcidos como migajas de pan para producir reacciones en el lector. Se crea una experiencia única en cada lectura, en cada lector.

“Por lo que me toca, me pregunto si alguna vez conseguiré hacer sentir que el verdadero y único personaje que me in­teresa es el lector, en la medida en que algo de lo que escribo debería contribuir a mutarlo, a desplazarlo, a extrañarlo, a enajenarlo”

Llevo días sintiendo que es el momento de volver a dar un repaso a las obras de Cortázar. De vez en cuando el cuerpo me lo pide. He comenzado releyendo El Perseguidor.

Seguro que esta no es la última entrada Cortázar que escribo. De momento, y como aperitivo, dejo aquí un par de cuentos cortos narrados por el propio autor.

Erik Satie

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(1866-1925)

Descubrí a Erik Satie retozando  gozosamente en la maraña de personajes que circulaban en el Montmartre en el que vivió Picasso en sus primeros años en París. Picasso fue el cabo que me llevó a esta madeja de genios y extravagantes, que ha resultado una mina inagotable de personajes que para nada quedan eclipsados ni son comparsas segundones de la personalidad del pintor, sino que muy al contrario, están a la misma altura o la superan. Picasso no podría haber elegido en ese momento ningún ecosistema más adecuado en el que vivir.

A veces tengo la impresión de haber encontrado una mitología decimonónica de dioses y semidioses desarrapados y marginales que vivieron entremezclados en ese monte Olimpo que fue la colina de Montmartre en esos años. Es una pena que el barrio se haya convertido en una postal para turistas con el tiempo. Me encantaría haber encontrado las calles mugrientas y malolientes en las que estas personas aladas vivieron al margen de todas las convenciones, elevados unos centímetros sobre el suelo.

20120617Maurice_Utrillo    Maurice-UTRILLO

De todos estos personajes irresistibles, el mayor descubrimiento puede que haya sido Erik Satie.

Encaja con el tópico de artista despistado y extravagante, pero lo que me resulta más fascinante de él es que no se trata en absoluto de una pose, sino que parece haber sido una persona que literalmente vivía en su propio mundo, con sus propias reglas. La seguridad y la naturalidad con la que Satie ignoraba las normas no sólo de la música existente hasta el momento, sino también de la sociedad en general, me resulta simplemente maravillosa. No hablo de rechazar, criticar o negar. Hablo de pasar olímpicamente, nunca mejor dicho. Como si eso no fuera con él, que para eso ya tenía sus propias ideas sobre todas las cosas.

Por supuesto, no hace falta decir que vivió prácticamente en la indigencia y que fue atacado con virulencia e incomprendido en su época. Ni tampoco que se haya empezado a reconocer su obra muchos años después de su muerte. Es lo que tiene ir por libre y pasar de las autoridades.

Como músico, Satie es mi favorito en música clásica. Hay que decir que mis conocimientos musicales son muy limitados. Aún así, recurro a las composiciones para piano de Satie cuando necesito organizar mi cabeza. Esta música, en la que el sonido y el silencio se entrelazan en una parsimoniosa danza de cortejo, tiene la facultad de poner orden en el torbellino.

Georges Perec

Georges-Perec

(1936-1982)

Montaje

Como puede verse en las imágenes, Georges Perec era  juguetón. Al igual que sus compañeros de OuLiPo (Ouvroir de Littérature Potencielle, o Taller de Literatura Potencial), de la que puede que hable en otra ocasión, su acercamiento a la literatura no tenía nada que ver con la seriedad académica, almidonada y polvorienta, sino con la experimentación lúdica. En el fondo, la experimentación siempre tiene algo de lúdico, algo de “a ver qué pasa si”.

En esta entrada voy a comentar las novelas que he leído de Georges Perec, aunque aún me queda muchísimo por leer y disfrutar tanto de él como del resto de miembros de L’OuLiPo.

En su primera novela, “Las Cosas”, con algunos elementos autobiográficos, Perec retrata a una pareja al borde de los 30 en el París de los años 60. Es sorprendente cómo las inquietudes de esta pareja se parecen a las de gente de la misma edad en la actualidad. Por un lado, los personajes se encuentran en ese desasosegante momento en que la frescura de la rebeldía de la juventud empieza a agotarse y a estar fuera de lugar, y deben elegir entre rendirse y cargar con la cruz de lo que se espera de ellos (obtener trabajo fijo, hacer una carrera sólida, casarse, tener hijos, abrir un plan de pensiones, comprar un nicho a plazos) o seguir adelante por ese camino de rebeldía sin compromisos, ajena a los patrones marcados por la sociedad, aunque esto último acabe suponiendo en último término soledad y exclusión. Por otra parte y aún más sorprendentemente, Perec refleja de una forma inquietante y visionaria el advenimiento de la sociedad de consumo. Los propios protagonistas trabajan haciendo encuestas para estudios de mercado. La publicidad pone ante sus ojos objetos preciosos que despiertan su deseo. Son estas las cosas que dan título a la novela, y Perec expresa de una forma simple y efectiva la fiebre consumista que sufren los personajes mediante interminables e hipnóticas enumeraciones de objetos. Esta obsesión compulsiva por adquirir objetos es hoy en día el motor principal y el condicionante de la vida de mucha gente. Perec ya reparó en este fenómeno hace casi 50 años.

Desde que entra en contacto con OuLiPo, las obras de Perec se convierten en juegos en sí mismas.

Por ejemplo, en “Un hombre que duerme” (Ed. Impedimenta) se propuso escribir una novela usando sólo la segunda persona del singular. Toda la novela es un diálogo interior del protagonista y único personaje. No se puede decir que ocurra nada en la novela. Precisamente se trata de eso, de que no pasa nada. El protagonista, un estudiante que vive en París, se despierta un día y decide no volver a hacer nada. No ir a la facultad, no presentarse al examen que ha estado preparando, no salir de casa. Sólo asistimos a sus reflexiones interiores. En lugar de despertarse convertido en cucaracha gigante, el personaje se despierta como si fuera nuevo en su propia vida, o más bien como si se hubiera dado cuenta de repente de que todo en su vida le resulta indiferente. Se encuentra imbuido en una sensación de extrañamiento total, sin encontrar ningún sentido a nada. No tan espectacular frente al espejo como lo de Kafka, pero sin duda también escalofriante.

“La Caja Oscura” (Ed. Impedimenta) es una recopilación de sueños de Perec. Parece que aunque Perec esperaba que estos sueños transcritos le sirvieran como herramienta de autoconocimiento, acabó decepcionado en este sentido, aunque consideró que las imágenes poderosas y relaciones inesperadas que surgen del sueño merecían ser recogidos en un libro:

“Terminé por admitir que esos sueños no habían sido vividos para ser sueños, sino soñados para ser textos; que no eran la vía regia que yo creía que serían, sino caminos tortuosos que me alejaban cada vez más del reconocimiento de mí mismo.”

Desde que leí el libro he empezado también a transcribir mis sueños. Discrepo con Perec por completo. Jamás los publicaría, pero sí me sirven para conocerme más. Los sueños no deben ser analizados racionalmente, inspeccionándolos bajo la lupa tras fijarlos con alfileres, sino que hay que dejar que sean ellos los te susurren al oído, cuando ellos quieran, oblicuamente, lo que quieren decir.

La obra más conocida y reconocida de Perec es “La Vida. Instrucciones de Uso” (Ed Anagrama). En esta novela Perec cuenta historias relacionadas con los inquilinos de un inmueble en París. Perec consideró los apartamentos del inmueble como si fueran casillas de un tablero de juego y en cada capítulo habla sobre los inquilinos que viven o han vivido en el apartamento que le toca según unas reglas establecidas de antemano. Con ello consigue mostrar como si de capas transparentes se tratara, los múltiples hechos que se acumulan en un mismo espacio, y también los múltiples hechos que ocurren simultáneamente en un mismo instante. El lector acaba teniendo la sensación de que el inmueble en sí mismo es un gran organismo, auténtico protagonista mudo, que cobija todos estos procesos interrelacionados que se describen en la novela como si de un enorme libro de fisiología fantástica se tratara. Extrapolar lo que Perec hace del edificio al planeta entero es sólo un pequeño paso después de que el autor nos haya mostrado el concepto mediante este pequeño prototipo.

Es una pena que lo lúdico esté considerado como algo de segunda, poco prestigioso, poco serio. Un acercamiento lúdico a un viejo problema proporciona la actitud de extrañamiento que permite verlo como si fuera nuevo para encontrar una solución que antes nadie veía. Permite identificar los mecanismos defectuosos y las ideas obsoletas en las que ni siquiera reparamos porque están incrustados en la costumbre. Hoy es necesario más que nunca hacer esta revisión completa del sistema.

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El Angel Devastado Schwarzenbach

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(1908-1942)

Viendo esta foto puede comprenderse perfectamente por qué Thomas Mann dijo de Annemarie Schwarzenbach que parecía un ángel devastado.

En casi imposible encontrar una mirada directa en sus fotos. Mira hacia un lado u oculta la cara. Incluso en ésta, donde se encuentra totalmente enfrentada, su mirada parece dirigirse al infinito un poco por debajo del objetivo de la cámara, como mirando un destino trágico.

Dibujo

Nació en una familia muy rica, pero no aceptó la salida fácil de una vida cómoda y sin complicaciones que en realidad, como suele ocurrir, era una jaula de oro que le exigía cumplir con un montón de convenciones.

En ella más que en ningún otro personaje veo esa actitud que dice: no me mires como a un hombre, no me mires como a una mujer. Soy una persona. Esta soy yo. No me digas cómo tengo que ser ni me digas a qué me tengo que parecer.

Puedo imaginar lo que esta rebeldía y este rechazo al camino marcado por la familia pudo suponer. Aunque tuviera muy claro lo que no quería en la vida, defraudar las expectativas que el entorno proyecta en ti es una fuente permanente de conflicto y dolor.

Quizás en busca de algo o quizás huyendo, hizo muchísimos viajes, en los que desarrolló su obra como escritora, periodista, fotógrafa y arqueóloga. Es posible que buscara un mundo aún no contaminado por el llamado “progreso” y sus leyes irrevocables y asfixiantes. Sin embargo, pudo comprobar que el progreso ya estaba alcanzando hasta los rincones más remotos. En todo caso con esta vida errante compulsiva no consiguió huir de sí misma y de su sufrimiento interior.

“Sigo creyendo que el dolor recurrente, la lucha, la tensión, el conflicto, la conmoción interior son la vida misma”.

No es sorprendente tras leer esta declaración que fuera adicta a la morfina y pasara por la consulta de varios psiquiatras. Tampoco es casualidad que su adicción y sus depresiones se agravaran coincidiendo con acontecimientos como la invasión de Austria o el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Para ella la desgracia del prójimo impide todo tipo de derecho a la felicidad personal. Da la impresión de que Schwarzenbach carecía de algún tipo de mecanismo que la mayor parte de los humanos tenemos para protegernos del sufrimiento, esa amnesia selectiva que nos permite centrarnos en nuestros asuntos a pesar de todas las guerras, masacres, hambrunas y miserias.

Me pregunto qué significa realmente estar loco o cuerdo. Se considera locura todo aquello que es diferente a lo clasificado como normal (en el sentido de habitual o frecuente). Es normal ignorar el sufrimiento que aplasta al mundo y seguir adelante con nuestras vidas como si nada, pero ¿es cordura?.

Aunque en ella alcanzara un grado patológico, admiro en esta mujer su capacidad de compasión, entendido literalmente como “sentir con”. Nos iría mucho mejor si fuéramos capaces de sacudirnos un poco esa modorra moral que nos mantiene sesteando en nuestras jaulas de oro.

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Personajes Magnéticos

Hay personajes que no puedo calificar de otra forma que como magnéticos. Me interesa todo sobre ellos. Siento rabia ante la imposibilidad de llegar a conocerlos nunca, ni siquiera a gente que los conoció, porque hace mucho tiempo que están todos muertos.  Y sin embargo, el sarpullido de la curiosidad sigue picando inmisericorde, y yo quisiera saber más y más. Y busco, pero sólo encuentro retazos, flecos desvahídos, pedazos de información desgastados, que han pasado ya por tantas manos que con toda seguridad sólo guardan una vaga semejanza con los protagonistas y los hechos. Esta curiosidad a veces me avergüenza, porque se parece muchísimo al puro y duro cotilleo.

A veces llego primero a conocer las obras de estas personas (libros, cuadros, fotografías, películas), y es por el interés que me despierta la obra que me acerco a la persona. Otras veces, son los personajes los que me asaltan antes de conocer sus obras. Si da la casualidad de que leyendo sobre cualquier tema que me interese un nombre aparece en dos o tres sitios diferentes, eso es una señal para mí: tengo que enterarme de quién es y qué hizo. Otro día hablaré de las casualidades. A veces parece que alguien va colocando las cosas en el camino para que las encuentres.

Por eso ocurre con alguno de estos personajes que su obra es sólo una forma de acercarme a ellos y saber más, pero no es el objeto principal de mi interés. Puede que su obra no me parezca genial ni brillante, pero si el personaje me resulta atractivo, se trata de una fuente más de información. Se podría decir que el propio personaje en sí mismo se convierte en la obra que me interesa.

En muchos casos son las imágenes, las fotografías de estas personas las que me ofrecen una información más fiable y directa. La expresión corporal, la forma de vestir y sobre todo la mirada, que ha permanecido congelada para que yo pueda recibirla directamente de aquellos ojos tanto años después.

En las entradas con esta categoría escribiré sobre algunos de estos personajes que me atraen como imanes y las cosas que más me gustan de ellos.

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